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¡Así no! Catalunya necesita una solución

Fuente: REUTERS - Eric Gaillard

Con golpes, amenazas, miedo, represión, guerra de banderas, insultos, manipulación, rencor, coacciones, adoctrinamiento y/o falsas esperanzas NO.

SÍ con libertad, respeto, valores, consenso y garantías. En definitiva, con democracia real.

Hace una semana que se sucedía en Catalunya el llamado choque de trenes, o lo que es lo mismo, el 1-O donde tuvo lugar el referéndum que convertiría según sus resultados a esta región en una República independiente y totalmente desligada del Estado español donde ahora se encuentra. Una cita que fue inhabilitada e ilegalizada por el Tribunal Constitucional español, que para el que no esté al día sobre el marco judicial español, es el máximo órgano jurídico del Estado.

Tengo que reconocer que las imágenes que observé el pasado domingo fueron lamentables, deleznables y absolutamente condenables: policías nacionales junto con guardia civiles, desplazados a Cataluña para la ocasión, que en cumplimiento estricto de las órdenes que les daban sus mandos, entraron a los colegios o centros habilitados para votar con una agresividad más que notable. No escatimaron en golpes para cumplir su objetivo de retirar las urnas, que previamente los partidarios de la celebración del referéndum habían colocado. Ciudadanos de toda índole que se encontraban en los exteriores o cercanías de estos citados centros fueron blanco de los porrazos y la virulencia de los uniformados. Y yo me pregunto, ¿no se podía haber hecho de otra forma?

La respuesta es directa y clara: Sí. De hecho, a partir del mediodía, y al parecer, tras las imágenes de violencia que a esas horas daban la vuelta al mundo y abrían todos los informativos de los principales medios internacionales, los altos mandos policiales debieron pensárselo mejor y la tensión se rebajó de manera considerable. Cesaron en gran medida los “palos” y las “hostias” como panes.

Acabó la jornada del referéndum celebrada sin garantías y con muchos peros, aun así, los ciudadanos que así lo quisieron pudieron votar y vaya que lo hicieron algunos hasta cuatro veces…

El caso es que la jornada contó con una participación global que ascendió al 43,03%, con un total de 2.286.217 votantes. La victoria del sí fue por el 90,18% de los votos, por un 7,83% del no y un 1,98% de los votos en blanco.

Pero vayamos al grano, lo importante a estas horas no es si ganó el no o el sí, que lo hizo y a juzgar por esos resultados de manera considerable. Pero todo esto da igual, ¿un 43,03% de participación legitima este referéndum que en palabras de los propios organizadores “no cuenta con las garantías democráticas necesarias”? Lo cierto es que esto nos recuerda que hay más de dos millones de personas que quieren irse de España y a los cuales que no se les va a convencer con represión.

PROBLEMA POLÍTICO

El grave problema es que nos encontramos ante una situación desconocida con consecuencias, por ahora, impredecibles: el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, y el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, o mejor dicho su segunda de abordo, Soraya Sáenz de Santamaría, han intercambiado reproches de alto «voltaje» político en unas cuantas comparecencias de urgencia sin que podamos vislumbrar un rayo de luz en forma de solución en sus discursos teatralizados. Hasta Felipe de Borbón ha salido en televisión como garante constitucional, e imitando la histórica hazaña de su padre en aquel 23-F, para pedir tranquilidad a toda la población española. Tengo que decirle que eché de menos mayor empatía y sobre todo cercanía con el pueblo catalán que no está pasándolo bien entre tanto juego sucio.

Toda esta situación ha generado, y es lo que me preocupa de manera especial, una enorme brecha social entre los partidarios de la independencia catalana y los que no a lo largo y año de toda la península ibérica. Una fractura gigante que costará años de trabajo curar. Al margen de que al final haya o no declaración unilateral de independencia.

Las guerras de banderas han vuelto, y parece que lo hacen para quedarse durante un largo periodo de tiempo: por un lado, la bandera española y por otro lado la catalana (senyera) o la independentista estelada. Todo un choque social que hace remontarnos a tiempos oscuros.

No sé qué ocurrirá este martes 10 de octubre en el pleno del Parlament en el que Carles Puigdemont ha solicitado comparecer a petición propia, si finalmente declarará de manera unilateral la independencia o no. Pero en función de lo que suceda, podrían multiplicarse los problemas con la aplicación, de manera oficial, del artículo que suspende la Comunidad autónoma: el conocido como 155 de la Constitución.

Personalmente, me gustaría que antes de cometer más errores por las dos partes hubiera diálogo. Que los políticos responsables de esta situación, a uno y otro lado, se sentaran sin excusas y sin límite de tiempo en una mesa para dialogar de una vez por todas. Dialogar, hablar, parlem. ¿Tan dificil?

Lo que no veo con tan buenos ojos es la estrategia del Gobierno español facilitando a las empresas que lo deseen el cambio exprés de su domicilio social para llevárselo fuera de las fronteras catalanas: Oryzon Genomics, Banco Sabadell, Gas Natural, CaixaBank y Catalana Occidente entre muchas otras ya lo han hecho. Otras tantas están a la espera de hacerlo en función de si se declara la independencia o no. Tampoco comparto el ofrecimiento del señor Ministro del Interior para que los Mossos d’Esquadra que lo deseen puedan integrarse dentro de la Policía Nacional o Guardia Civil.

¿Es esta la solución y el interés por apaciguar las aguas del ejecutivo de Rajoy? No le daba muchas esperanzas, pero hombre, están haciendo todo lo contrario a lo que se entiende por rebajar la tensión… Es como si a un pirómano le das una garrafa de gasolina en pleno incendio forestal. Justo cuando lo que «la mayoría silenciosa» pide es que los lazos de unión entre unos y otros se fortalezcan, algunos están empecinados en hacer todo lo contrario.

Por todo esto, aprovecho estas líneas para exigir como lo han hecho estos días miles de personas, con el color blanco como bandera, a ambos gobiernos que negocien, que se sienten a dialogar y que busquen una solución válida que esté a la altura de lo que se merecen los ciudadanos y que dejen de una vez por todas de jugar con los sentimientos de las personas.

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